Ocho y veinte de la mañana. Acabo de bajarme del bus. Después de un trayecto de casi una hora por carreteras comarcales con curvas, brincos, frenazos y acelerones, me duele todo el cuerpo. Mis compañeros de viaje no aparentan estar tan mal como yo. Mi gestión de la propiocepción es diferente. Siento que me voy a caer en cada curva; me pongo rígida a cada frenazo, aprieto hasta la mandíbula buscando una verticalidad que sospecho innecesaria. Por eso me bajo del autobús casada y dolorida, como si hubiera pasado por una centrifugadora gigante.
Sin embargo, la fiesta acaba de empezar. El intercambiador de transporte al que llegamos recoge a estas horas a cientos de personas que se mueven de un lado a otro, cada una con su propia ruta. Veo todos esos caminos como cientos de cables de colores brillantes que se entrecruzan y enredan. Me falta la respiración. Corro el riesgo de verme envuelta en una contracorriente humana. Tal vez llegue a chocar con alguien que va mirando el móvil cascos para no oírlos pero los veo bracear mientras hablan. Camisetas de colores, naranja, verde, negro, marrón blanco azul, amarillo y otra vez rojo, estampados, flores rayas, azul, amarillo, negro. Son capaces de andar, hablar y mover brazos a la vez sin enredarse, sin perder el control. A veces me quedo parada mirándolos y soy yo la que interrumpo las riadas humanas. Parecen ¿saben qué?: insectos. Escarabajos de colores, panza arriba, moviendo sus patitas. Mantis religiosas frotando sus antenas. A veces me miran. Pienso en Gregorio Samsa y en Kafka. ¿Será una metamorfosis colectiva?
Hoy todavía no está funcionando el pulverizador de agua que refresca el ambiente. Me gusta pasar por debajo antes de afrontar la siguiente fase: el viaje en metro. Me frustro.
Andén abarrotado. Seis minutos para que llegue el convoy. Va a llenarse aún más. Me angustio. Busco un sitio contra una columna o una pared. Me balanceo un poco, no quiero llamar la atención. Miro al suelo. Veo sandalias con perlitas brillantes, muchas plataformas peligrosas para andar pero que están de moda. Unos zapatos con una bola de plumas que me despierta picores solo con mirarlos. Un pantalón claro, de tela transparente que deja ver la ropa interior negra. Punto negativo. Unas piernas blancas con hoyuelos de celulitis. ¿Punto negativo? No. Cambio de opinión, su propietaria es, en su conjunto, una mujer rotunda y que aparenta firmeza. Me gusta. Punto positivo.
Llega el metro; me dejo llevar por la riada. Bien!! Sólo me han empujado dos veces, levemente y sin apretar. Hoy es un buen día. Separo los brazos y llevo una mochila a la espalda. Creo que he generado un círculo de 25 cm a mi alrededor auqne debo parecer ridícula. Aleteo disimuladamente, aunque no puedo evitar hacer pequeños ruiditos mientras pienso. Se oyen, eso me dicen en casa; pero no puedo evitarolo, me relaja. Cinco estaciones por delante. Hace ocho días que el monitor del vagón cuenta lo mismo: comida mejicana; quesadillas de pulpo (habrá mayor aberración culinaria? Lo paladeo y se me revuelve el estómago). Una estatua de Pablo Neruda en un parque, un mercado remodelado, un campo de fútbol que se llama Virgen de Utarque (qué será Utarque?) Alguien huele a sábanas calientes. Hoy hay pocas colonias, aunque no sé si eso es bueno o malo. Detecto una masculina, limpia, fresca. Me voy detrás, a ver si neutraliza el olor rancio del ambiente. Pantalón vaquero, polo blanco, gafas, pelo rubio – ¿Rubio?- denso, un poco estropajos. Me frustro, no lo esperaba, no casa bien con la colonia. Dos cabezas teñidas de azul; una mejor que otra. Pienso que no ha de ser fácil mantener un pelo azul. También será caro teñir las raíces una vez al mes. ¿36 euros?. No sé si compensa. Una madre con un bebé colgado y otro en un carrito en medio de la marea humana. Esto me enfada. Siempre la mujer haciendo el mayor esfuerzo. Veo varias jóvenes extra delgadas. Pantalón blanco de talla infantil, camisa de lunares. Siento envidia. Querría ser extremadamente delgada. Una vez lo fui y no lo disfruté, seguía viéndome gorda. Luego me curé. Pienso en lo complicado de la autopercepción. ¿Seremos lo que vemos?¿Habrá otras personas debajo de las personas que percibimos?¿Cuál de ellas será la verdadera?
Me bajo del metro. No he calculado bien. ¿Dónde está mi salida? Me quedo parada en medio de la marea humana, estorbando a todos. Cada día me prometo recordar el camino y cada día lo olvido y me siento desorientada. Al fondo, al fondo; allí lo veo: hoy no me pierdo; un buen día.
El tren. Llega el tren. Al fin un medio de transporte amable se mueve poco y no va muy lleno. Me siento a pensar. Es un trayecto de cinco minutos. Hago un resumen: no me han tocad, a pesar de desorientarme no he sentido ansiedad, no he tenido que interrumpir el trayecto para regularme sensorialmente. Y además…. He escuchado un podcast sobre Felipe IV, el de España, al que llamaron el ‘pasmado’ y que resultó ser un rey culto, amante de las artes y de personalidad interesante. Ah, y también he escuchado una reseña bibliográfica: un libro titulado ‘No seas neanthertal’; ¡Me lo compro!. Abro l plataforma de venta. Selecciono ‘comprar en un click’. Ya está.
Me derrumbo en la silla de la oficina. Nadie entendería por qué estoy tan cansada. Tampoco se lo explico. Lo dicho un buen día.